Ruella Frank
Traducción y síntesis por Mtra. Marilenca Bailey Jáuregui
Capítulo 6 del libro «The Bodily roots of experience in psychotherapy».
Vinculación traumática
De acuerdo con la perspectiva tradicional del desarrollo del trauma, en el primer año de vida del bebé, la figura parental inicia aquello que se conoce como la reacción traumática habitual en el niño. Así es como el bebé reacciona a la figura parental de maneras rígidas, o demasiado maleables o generalmente repetitivas. Este entendimiento del trauma del desarrollo, sin embargo, no toma en consideración las dinámicas contextuales y relacionales que son parte de cualquier experiencia organizadora. La experiencia emergente, que es donde el fenomenólogo clínico se enfoca en su práctica psicoterapéutica, no pertenece solo al organismo ni solamente al medio ambiente: “cuando la dicotomía deliberada entre el “mundo externo” y “cuerpo” no se hace, la experiencia que se tiene es un campo en donde el organismo y el medio ambiente están separados: la unidad diferenciada que compromete a la persona con el medio ambiente”. (Perls, et al. 1990,1994) La experiencia emergente, entonces, surge ahí donde toma forma el espacio compartido en donde la experiencia de cada persona informa y es informada por la experiencia del otro (Michael Vincent Miller, comunicación personal, mayo 2016).
Al observar la interacción entre padres y bebés desde una perspectiva dinámica, contextual y relacional a través de micromovimientos se puede ver cómo el comportamiento del bebe puede impactar a la figura parental. Cuando el padre traduce la influencia del bebé como de naturaleza negativa, se genera la amenaza de retraumatización para el padre. Los padres en un intento de evitar el dolor de la experiencia retraumática, evitan sentirlo con su bebé, y traumatizan inadvertidamente a su bebé con la falta de armonización o “attuning”. Es imperativo que el bebé se vincule con el padre para sobrevivir física y emocionalmente (Bowlby 1982, 1999). También está sucediendo al mismo tiempo el mecanismo de sobrevivencia emocional que es parte de la experiencia de vinculación del padre. Esto es el desarrollo de la autoestima del cuidador primario que puede ser amenazado en experiencias crónicas de retraumatización en relación con el bebé. La vinculación saludable es el resultado de maneras suficientemente predecibles, confiables, consistentes de relación, ofreciéndonos estabilidad y flexibilidad en las relaciones. El ajuste espontáneo y creativo hacia las situaciones novedosas da como resultado crecimiento relacional y cambio. La vinculación traumática, sin embargo, se refiere a cómo vamos al encuentro del otro de tal manera que creamos una estabilidad relacional implacable con flexibilidad disminuida. El ajuste espontáneo y creativo es sustituido por patrones repetitivos y familiares. La falta de interacción única impide la creación de novedad y, por lo tanto, disminuye la posibilidad de la maduración relacional. Este capítulo explorará el desarrollo de la vinculación[1] traumática desde sus raíces en la diada del cuidador primario[2] y, así como de la experiencia inevitablemente retraumatizante que es parte de la relación psicoterapéutica entre terapeuta y paciente. Es indispensable una perspectiva del desarrollo en el surgimiento del trauma para continuar con nuestra investigación de cómo llegamos a ser lo que somos y así nos mantenemos. Necesitamos ver a nuestra infancia, que proporciona el “fondo” de nuestra experiencia presente; la historia más temprana que conforman las piernas en donde se para nuestro momento presente. En vez de que la palabra trauma signifique una noción abstracta, la experiencia del trauma será analizada a través de los lentes del desarrollo somático, poniendo énfasis en las experiencias de movimientos fundamentales que comprometen a la reacción traumática. Este acercamiento fenomenológico nos invita a ver la emergencia de las reacciones traumáticas que ocurren en el día a día de la vida y en la psicoterapia. El trauma del desarrollo, que se originó en el allá y entonces de una relación temprana, debe de ser trabajado cuando emerge en el aquí y el ahora.
En el primer año de vida el fundamento para la vinculación aparece y es visto y sentido más claramente a través del movimiento. Aquí vemos cómo la vinculación traumática y el trauma intergeneracional se desarrollan. Estas reliquias psicológicas se aprenden y comunican a través de posturas corporales, gestos y rasgos, muchas veces sutiles, junto con los sentimientos. Estas historias se forman a partir de un fundamento de expresiones táctiles-quinésicas-quinestésicas, y expresiones que se comunican también con sensibilidad afectiva, de manera que esta generación se mueve en el mundo de maneras similares al mundo del padre, del abuelo, bisabuelo, etc., las historias a veces son verbales pero fundamentalmente son subverbales y son expresadas a través del movimiento: cómo se carga al bebé, cómo se le suelta, se le lleva, cómo se le toca, se le habla, etc. las historias de los padres viven a través del cuerpo sintiente-moviente y expresa leyendas no habladas cuyos significados y mensajes, aunque a veces inconscientes, tienen mucho significado.
Causa y Efecto
Muchos psicoterapeutas en el presente están trabajando diferentes modalidades de psicoterapia basadas en la neurociencia para poder entender y trabajar con el trauma. Pude ser utilizado para poder ver y caracterizar el estado mental neurológico desde el punto de vista objetivo de una tercera persona. Una descripción clínica fenomenológica, sin embargo, puede ayudarnos a ver cómo las personas viven la situación que viven desde una perspectiva subjetiva desde la primera persona. La neurociencia, aunque es muy valiosa para nuestro aprendizaje científico, puede reducir mucho la complejidad que existe entre cuerpo/mente/medio ambiente cuando es aplicada a la psicología o a la práctica de la psicoterapia. El incorporar la neurociencia a la psicoterapia es un esfuerzo determinado para convertir procesos de alto orden a recuentros causales más predecibles. Estas aproximaciones científicas a la experiencia son conceptos que intentan darle sentido a la condición humana. No son verdades. Las personas son misterios que queremos comprender y no resolver a partir de análisis intelectuales que resultan de la formulación de certidumbres. Con este tipo de pensamiento reduccionista viene el uso de muchas técnicas que, al crear cierta certeza, nos llevan a la categorización. Por ejemplo, se puede determinar que las experiencias únicas de un paciente nos indican una reacción hiperactiva o hipoactiva hacia una experiencia retraumatizante. En estos casos, se pueden utilizar diferentes técnicas para trabajar con una reacción o con la otra. La experiencia humana, sin embargo, es mucho más que una fragmentación de lo experienciado en el mundo neuronal. No podemos ver el comportamiento adulto en el presente -el efecto- y atribuirlo a algo que pasó en nuestra infancia o adolescencia – la causa-. En contraste, como un fenomenólogo clínico, le ponemos mucha atención a cómo co-construimos algo juntos – un evento bidireccional- y no imponemos teorías de causa y efecto. Al atender la experiencia directa, vemos y describimos lo que aparece entre ambas personas sin nombrar lo que es normal o anormal o lo que creemos como verdadero o falso. Vemos, en vez, mi experiencia subjetiva y tu experiencia subjetiva en la medida en la que emergen ahora. Y, aunque yo tengo mi experiencia y tú la tuya, continuamente nos influenciamos uno al otro para crear una experiencia transubjetiva. En otras palabras, juntos conformamos nuestra experiencia, el proceso del contacto.
TRAUMAS COTIDIANOS
La experiencia traumática es parte de la realidad cotidiana. Experienciamos diferentes tipos de perdidas como los ingresos, la posición; perdemos a personas amadas a través de la muerte, perdemos un sentido de nosotros mismos a través del divorcio, abuso emocional y físico, enfermedades devastadoras, guerra, desastres naturales, pandemias, revueltas políticas y persecución religiosas y raciales. Es imposible encontrar a alguien que no haya vivido a través de una experiencia traumática en el curso inherente de su vida y aunque algunas experiencias permanecen más tiempo que otras, el trauma permanece, y “está inscrito en la constitución básica de la experiencia humana”. (Stolorow, 2007, xi) Nadie se escapa de la experiencia de haber sido traumatizado en alguna época o en algún grado. La palabra trauma puede ser atractiva para los clínicos que quieren ayudar a sus pacientes que sufren de heridas crónicas en su psique, y quienes pueden ser fácilmente retraumatizados en la sesión. La palabra trauma, sin embargo, está utilizada para describir tantas experiencias y situaciones diferentes que se ha construido en una abstracción, una etiqueta. Los psicoterapeutas que están lidiando con los traumas de sus pacientes pueden desarrollar una actitud particular que traen a sesión. Los pacientes pueden ser criticados, categorizados y diagnosticados antes o después de la sesión siempre y cuando muestren ciertos síntomas que caben dentro de la etiqueta de traumatizado. Al separar al paciente de la situación terapéutica que se está presentando, el paciente se objetiviza en vez de ser personificado.
TRAUMAS DE DESARROLLO
Los traumas de desarrollo que son “el fondo” para otros tipos de experiencias traumáticas, ocurren cuando el cuidador primario no tiene la capacidad de responderle al niño de tal manera que éste se sienta empatado en el tiempo, reconocido satisfactoriamente, escuchado y visto. Esto pasa cuando ciertas experiencias intolerables o que nos sobrepasan suceden y no son soportables para el niño, y no hay nadie que pueda ofrecerle ayuda sustancial. La ausencia de una respuesta afinada con los estados afectivos del niño nos llevan a un “descarrilamiento de la integración afectiva óptima y a una propensión a disociar las reacciones afectivas” (Socraides y Stolorow, 1984/1985, 106). Al no encontrar la protección necesaria de estos sentimientos masivos sobrecogedores, el niño, aprende a suprimirlas. Anticipan que solamente van a ver encuentros con el cuidador primario que serán de desconexión si es que sus sentimientos de vulnerabilidad y alto estrés son expresados o se notan. Para disminuir sus sentimientos, los niños tensan sus músculos, lo cual restringe la respiración; así mismo, restringir la respiración tensa los músculos. El proceso del contacto, de la experiencia se modifica enormemente. Los sentimientos intensos aparentemente se frenan, pero nunca terminan realmente.
Esto no le sucede solamente al niño. Con este tipo de falta de sintonía crónica, el padre también sufre debido a que sus primeras memorias kinésicas y relacionales se estimulan y hacen figura. Muchas veces los padres no han tenido sintonía en su crianza tampoco y no pueden revivir los sentimientos que tuvieron que reprimir para sobrevivir. Nadie estuvo para estos padres y ellos no aprendieron, por lo tanto, a estar para sus hijos. Al evitar su propio dolor como forma de protección, los padres evitan la pérdida de una experiencia corporal plenamente vivida con su significado. Ya no están en contacto consistentemente consigo mismos y con el mundo.
En el proceso de desarrollo, ambos padres y el niño alternan sus reacciones a las acciones anticipadas del otro. Dichos patrones emergen como formas únicas de comunicación dentro de las diadas que trascienden los comportamientos discretos de cada individuo, es decir, madre e infante (Stone, et al. 2012). A través de estos patrones, cada uno de ellos desarrolló un sentido de certeza Yo sé lo que puedo hacer contigo y lo que puedes hacer conmigo, esto reduce un poco la ansiedad relacional. Saber cómo predecir y responder al otro es un aspecto crucial en la relación y comienza muy temprano. Estos patrones regulatorios de ajuste ofrecen un tipo de estabilidad y familiaridad. Esta es la manera en la que ordenamos nuestro mundo; cuanto más inseguros estamos en un momento dado, más utilizamos los patrones familiares para sostenernos en circunstancias adversas. Así nos preservamos. El niño no solo responde a la data transcorporal recibida en una situación específica. Aparece una lógica de movimiento y sentimiento que se forma, un tipo de simbolización primitiva más que un grupo fijo de respuestas innatas. Los cuidadores primarios responden a su niño de manera similar a través de patrones de movimiento y sentimiento que tienen significado, ya sea que estos patrones sean explícitamente conscientes o no.
SAMUEL Y SU MAMÁ
La siguiente historia es una descripción del fondo desde el cual emerge la vinculación traumática.
Samuel tiene 5 meses y medio, y se sienta en su silla viendo a su madre. Las cualidades de movimiento son de baja intensidad, suaves, graduales y libres. La excitación emerge despacio de él y se disipa rápido. Cuando Samuel alcanza a la madre, extiende sus manos y piernas debajo de la mesa, direccionándolas en dirección a ella y pronto las retira. La madre, por otro lado, tiene movimientos bruscos y de alta intensidad, sus hombros a menudo se suben en la medida en la que su cabeza se adelanta, acercándose a su hijo con músculos apretados que parecerían saltar de la piel. La excitación de la madre sube rápidamente y no se disipa con facilidad. Muy a menudo avanza rápidamente hacia Samuel, quien, abruptamente baja su cabeza, con el mentón hacia el pecho; o voltea su cabeza a su derecha a 45° lejos de ella. Cuando el avance abrupto de la madre incrementa en intensidad y frecuencia, Samuel dobla su cabeza en un ángulo de 90°, con los ojos viendo hacia arriba “sin ver”. Emerge un patrón circular entre ellos: la madre se lanza hacia el espacio de Samuel y él mueve sus ojos y su cabeza, sube sus hombros y hunde su pecho en respuesta. Al ver que él dobla su cabeza ella pone su mano en el mentón de Samuel y mueve su cabeza en su dirección. Ahora él trata de mover su cabeza hacia la izquierda y simultáneamente pone su dedo en su boca. “No, no ten chupes el dedo”, le dice la madre, en la medida en la que le saca el dedo de su boca. Su voz tiene una cualidad intensa moderada y firme. Samuel, con los hombros sumidos una vez más y con los ojos bizcos ahora intenta llegar a su boca con ambas manos y dedos. Una vez más la madre le dice: “No te chupes los dedos ahora, este es nuestro momento de jugar”, le vuelve a decir con la misma voz firme y pareja.
Este juego del “gato y el ratón” continua por unos minutos más antes de que la madre se siente más atrás en su silla ofreciendo un poco más de espacio entre ellos sin saberlo. Después de una breve pausa, Samuel la mira directamente. Al ver que su hijo la mira ella dice “Samuel”, como si estuviera sorprendida y en un tono más suave “Saaaamueeeel, Saaaamueeel”, con la repetición de su nombre la voz de la madre se vuelve más fluida, Samuel sonríe y suavemente la trata de alcanzar con sus dedos “Ahí estás, te veo”, dice ella. Aun viéndola, los pies y las manos de Samuel tratan de alcanzarla y le sonríe. La madre dice: “Estás sonriendo”, mostrando un poco de excitación Samuel abruptamente patea la mesa con mucha intensidad y hace bastante ruido, al mismo tiempo que abre y cierra sus dedos al tratar de alcanzar a su mamá. Mientras sonríe, alarga su cuerpo hacia arriba y lo acorta soltando el mentón hacia el pecho para tomar un receso necesario dentro de su excitación creciente. Inmediatamente la madre responde al cambio postural de Samuel y abruptamente se le acerca, con un golpe de la mano de alta intensidad y firme sobre la mesa y dice: “Samuel” pero esta vez con un patrón vocal muy agudo que se parece al golpe. Samuel interrumpido se contrae y simultáneamente sube sus hombros, su cabeza desciende hacia el pecho hueco.
A través de las dinámicas dialógicas de la comunicación no verbal tanto el niño como su figura de cuidador primario forman patrones de vinculación traumática[3], dándole forma distintiva a la manera en la que se contactan. Quizá la madre nunca se sintió consistente y suficientemente amada durante su infancia, niñez y adolescencia. Llega a esta relación esperando recibir el tipo de atención que necesitaba cuando era joven, sin embargo de manera rutinaria no lo encuentra. A medida que la experiencia de vinculación traumática continúa, se convierte la manera en la que esta relación se estabiliza y pierde, por lo tanto, flexibilidad. Estos patrones repetitivos permiten que la madre y el niño se queden insatisfechos y confundidos con respecto a qué hacer para ser vistos, reconocidos y aceptados por el otro. En vez de desarrollar interacciones creadas mutuamente con una participación coordinada por parte de ambos, Samuel y su madre participan en un intercambio unilateral disruptivo y no implicándose, que disminuye el desarrollo del flujo del diálogo corregulatorio (Stone et al 2012). En estas circunstancias poco favorables de poca certeza dinámica situacional y relacional, en donde nos estamos conteniendo, con las restricciones de respiración implicadas circunscribimos los potenciales movimientos del niño, reduciendo su experiencia kinésica: el sentir de nuestro movimiento. Cuando la viveza de la experiencia kinésica se disminuye, la capacidad de ajustarse creativamente a posibilidades del campo, muchas veces están altamente impedidas. El niño pierde un aspecto central de su inteligencia: un conocimiento corporal de cómo orientar claramente y maniobrarse libremente en el mundo. Es la pérdida de la acción corporal: el poder de hacer. El cuidador primario tiene una experiencia similar. La repetición rigidizada y habitual de un patrón de ordenamiento psicofísico fijo en relación con su hijo emerge con el tema que lo acompaña: algo está mal con nosotros. No te puedo encontrar y tú no me puedes encontrar. La creencia, muchas veces inconsciente, se convierte en fondo ya que está confirmada desde el pasado, se organiza en el presente y se proyecta hacia futuros posibles horizontes anticipados, expresando el estado aislado de la madre. Para encontrar orden, estabilidad y seguridad dentro de este campo relacional, la madre y el niño conforman este tipo de patrones habituales. Aunque muchas veces sí se encuentran, existen suficientes momentos de desencuentro mutuo de manera que existen patrones de vinculación traumática se presentan. Cada uno de ellos se ha vuelto sensible y anticipa experiencias discordantes y se ajusta a ellas de la mejor manera posible a sus circunstancias.
Paradójicamente, el deseo de la madre de evitar la vivencia de sus heridas pasadas y experiencias en la relación con su hijo hace que las vuelva a recrear. Estimulada por sus deseos de encontrarse con el hijo que “debería de ser” en vez del “que es”, inadvertidamente ella transmite sus experiencias retraumatizantes tempranas en su hijo a partir de cada movimiento fijo que hace y a partir de cada represión respiratoria que tiene. La madre se siente amenazada por la incertidumbre del momento a través de las respuestas aparentemente indiferentes de Samuel hacia ella. Al sentirse desesperada para conseguir una respuesta más deseable, trata una y otra vez de conseguir la atención que necesita para sentirse amada. Pero Samuel es incapaz de encontrarse con su madre en la manera en la que ella lo necesita y, de la misma manera, la madre es incapaz de darle eso a Samuel. La intencionalidad deseada en ambas partes no culmina en una intención satisfactoria clara y fluida. La certeza de la pertenencia –tú eres mío y yo soy tuya- no emerge suficientemente seguido, y cuando lo hace, desaparece demasiado rápido. Anhelando esperanza se produce temor. Aunque sea incómoda se construye una predictibilidad consistente conformada por estos escenarios, que libran a la madre de una inseguridad existencial más profunda: que todo es flujo y nada puede ser continuamente seguro.
El proceso de vinculación es la función relacional de un self que se está formando y que es parte del desarrollo; de otra manera no sobreviviríamos: “The relational function orients us towards the human other” (Bloom 2016,77), y hacemos todo lo que tengamos que hacer para establecer y reestablecer este tipo de conexiones. Para el infante en desarrollo, es necesario encontrar en el otro a alguien que pueda estar con suficiente consistencia, y cuando no la haya, tener la seguridad de que va a regresar. Cuando esta posibilidad se ve amenazada, la inseguridad de la presencia del otro que no está disponible se convierte en una experiencia duradera, sedimentada y kinésica que nos deja con efectos para toda la vida.
EVOLUCIÓN Y LA EXPERIENCIA DE SEGURIDAD
En el mundo de la evolución, el infante gorila sostenido por los brazos de su madre, muchas veces la mira a los ojos y ella lo mira de regreso. Esto se parece a la comunicación y podemos imaginar un sentido de seguridad y contención para el infante. Cuando la madre deja de verlo, el infante la sigue con sus ojos y ve hacia donde la madre está viendo ahora para identificar una posible amenaza (Annie Bergman, comunicación personal, septiembre 2009). Con este tipo de aprendizaje a través del movimiento, el infante gorila distingue entre la experiencia de seguridad, comunicada a través de la cualidad suave de la mirada de la madre, y la pérdida de la misma, cuando la madre abruptamente lleva sus ojos a otro lado buscando una posible amenaza. El infante gorila aprende a “estoy aquí seguro contigo” y lo que es inseguro ahora está allá afuera.
Para los infantes humanos, lo que es seguro e inseguro no es tan claro como lo es para el bebé gorila. Para los humanos, los cuidadores primarios representan la seguridad y la inseguridad simultáneamente. La amenaza misma no necesariamente es del mundo externo o de un predador, sino que proviene desde el mundo social del propio individuo. A veces, el padre provee un medio ambiente seguro del cual el niño toma tanto apoyo como es necesario para continuarse desarrollando bien. En otras ocasiones, el cuidador se convierte en el otro impredecible y no certero, y el niño, que confía en el otro para su sobrevivencia, se desarrolla perturbado.
Particularmente para el infante, pero también a lo largo de nuestra vida, tenemos que responder y confiar en aquellos que no conocemos completamente; aquellos que son extraños (Waldenfels, 2011). Tenemos nuestra experiencia del otro pero esa no es su experiencia. Podemos verlos, oírlos, tocarlos y sentirlos, pero no podemos ser ellos. Lo que tenemos es el medio ambiente histórico, social y cultural compartido y los patrones fundamentales de movernos – medio sentir a través del medio ambiente. Las únicas cualidades, dimensiones, y espacialidad experienciada creada por estos patrones, sin embargo, pueden ser suficientemente diferentes de manera que no entendemos al otro. Somos totalmente dependientes del otro que no conocemos del todo; hay otro diferente que a veces está y que a veces no está.
Los infantes aprenden del mundo y de sí mismos a través de una Matrix de desarrollo transubjetivo aprenden de sus cuerpos a través del movimiento y al principio a través de los otros que los cuidan en el fundamental primer año de vida. El desarrollo del cuerpo vivo “converge el conocimiento práctico de cómo interactuar con otros y entender sus expresiones y acciones en contraste con el fondo de la situación común”. (Fuchs y Schlimme 2009, 572) Este conocimiento, que se desarrolla desde el nacimiento, se obtiene a través de las interacciones con otros. Cuando hay una experiencia coherente entre el niño y su padre, existe una experiencia de movimiento –sentimiento en alguna parte del cuerpo en coordinación con otra parte y con el cuidador-, creándose una situación de significado articulado y coherente. Para estas experiencias coherentes que hacen sentido emerjan, tiene que haber algún tipo de estabilidad dentro de la situación relacional, en donde cada parte está disponible para el otro. Es un mundo en donde el padre y el niño pueden descubrir y construir la base del yo y tú. Empieza a existir un mundo de pertenencia este es un mundo armonioso que fluye; uno en el cual el niño tiene recursos suficientes para equilibrar las presiones del campo y puede resolver los retos de desarrollo que se presentan. Pero en periodos de vinculación traumática, hay una carencia del trabajar juntos en mi cuerpo y en el tuyo (Stolorow 2007). La capacidad de darle sentido a la situación está fragmentada. La percepción y el movimiento no están en armonía y parte de la experiencia se separa del todo y ya no tiene sentido. El niño experiencia vulnerabilidad sostenida con miedo en un mundo en donde no puede resolverlo. El flujo de la experiencia armoniosa se interrumpe, muchas veces de manera violenta e inminente. El mundo del otro puede sentirse como si estuviera incrustándose en el niño, dejando poco espacio para sentir y desarrollarse como un self separado: la ansiedad se convierte en pánico. El mundo del otro puede sentirse muy lejano y fuera de nuestro alcance, lo cual nos lleva a un anhelo ansioso interminable, que nos puede conducir a la depresión. La confianza básica de que existe orden en nuestro mudo se rompe.
La experiencia animada que existe en un cuerpo vivo en pleno funcionamiento ahora está suplantada por la experiencia de algo sin vida. El involucramiento perturbado a nivel táctil –kinésico – kinestésico con el mundo ahora resulta en “un sentido básico de desvinculación que se puede convertir en una alienación amenazante”. (Fuchs and Schlimme 2009, 572) En un mundo a ser descubierto por el sentido intrínseco del niño de sorprenderse, que conformaría la subestructura de la curiosidad está aplanado.
LA RESPUESTA DEL MORO: EL EQUIVALENTE FENOMENOLÓGICO DE LA INCERTIDUMBRE
A pesar de la experiencia traumática que podemos haber tenido en los primeros años de vida, las raíces del trauma de desarrollo o nuestras heridas quizá no han sido atendidas desde una perspectiva fenomenológica adecuada. Para ampliar esta investigación es necesario observar las primeras expresiones y experiencias de disrupción en los primeros 5 meses de la vida del neonato: la respuesta del moro. Al hacerlo, estamos explorando los procesos físicos primarios básicos y sus consecuencias psíquicas que tienen sus raíces a través del curso de la evolución y que se pueden observar en los primeros momentos de nuestra vida, así como en el desarrollo fetal.
Casi todos estamos familiarizados con la respuesta del moro, nombrado así por un teórico motor que le llamaba el reflejo del moro. Vamos a aclarar la diferencia entre reflejo y respuesta. El arco del reflejo simple, en general, es visto como un movimiento hecho de manera automática y sin conciencia volitiva, como cuando nos golpean en la rodilla y se levanta la pierna. James Dewey (1986), sin embargo, subrayó que la aceptada teoría del arco reflejo creaba una separación entre el estímulo y la respuesta: para este filósofo era simplificar demasiado solamente ver la causa y el efecto de lo que es un acto unitario de acción más coordinada y más compleja. Casi 100 años después de Dewey, Esther Thelen (1995), apoyó su teoría diciendo que no existe un movimiento antes de su amplificación. En vez, cualquier movimiento que emerge durante su interrelación con el medio ambiente físico del mundo externo y el medio ambiente biológico del mundo interno. Thelen se refería a las fuerzas universales del campo: gravedad, tierra y espacio. Más aún, las fuerzas universales del campo, las experienciamos a través del cuerpo del cuidador cuando el bebé es cargado, arrullado, dejado en la cama, abrazado, cuando se le vocaliza, cuando se le mira, etc. (Frank Ella 2001; Frank y La Barre 2011) La manera en la que emergen los patrones de movimiento en el infante, influencian y son influenciados por esta situación relacional de dinámica que se presenta. Tenemos que poder entender el desarrollo de la experiencia basado en el movimiento, y el proceso de contacto, ya se está presentando y desarrollando a través de la interacción: dinámica, contextual y relacionalmente.
La respuesta del moro se da principalmente cuando el bebé es depositado en la cuna y apoya su cabeza un poquito más abajo del nivel de su torso. A veces, el moro sucede también como respuesta a sonidos externos no esperados, o en respuesta a algo que pasa internamente, o si alguien mueve el peso del bebé abruptamente al sentarse o apretarlo o sentándose en la cama donde está acostado el bebé. En la primera secuencia del moro, cuando el balance de la cabeza y el torso cambian y se desalinean, el bebé siente que se está cayendo. Esto se observa principalmente en la parte superior del cuerpo ya que el torso de arquea y la cabeza cae hacia atrás mientras que los brazos, manos y dedos se extienden hacia los costados, los ojos y la boca se abren y el área alrededor de las cejas se eleva. Debido a que los músculos extendidos de la espalda del bebe no están todavía desarrollados para recuperarse de este movimiento de caída, utiliza los músculos flexores de la parte delantera del cuerpo. Estos músculos se practican más en este momento del desarrollo, y el bebé flexiona inmediatamente la cabeza y el torso para llevar todas las partes de su cuerpo hacia el centro. Simultáneamente los brazos y las manos se mueven hacia delante del cuerpo mientras que los dedos quisieran “agarrar” para completar el acto. Los movimientos de flexión son espontáneos y son un intento natural de restaurar el balance, de manera que el piso estable se recupere. Aunque la respuesta del moro es universal, la manera en la que se practica es particular a cada infante en su medio ambiente.
Todas las respuestas del movimiento del infante, practicadas una y otra vez, le van enseñando cómo ajustarse a un mundo cambiante. Desde una perspectiva psicológica la respuesta del moro puede ser vista como el equivalente fenomenológico de la incertidumbre que comienza con la abrupta perdida de presencia del otro que apoya, y el intento inevitable de encontrarlo y poderlos “agarrar” al mundo nuevamente. El moro demuestra que el proceso de perder y encontrar equilibrio es inherente y por lo tanto necesario para un entendimiento del desarrollo de lo que es ser humano. Un cambio radical en la experiencia reorganiza la configuración entre el niño y el mundo. Desde este nuevo momento extraño de pérdida de balance, los infantes aprenden a restaurarse a sí mismo en la medida en la que también restauran simultáneamente un mundo familiar: un lugar de pertenencia, un hogar.
LA RESPUESTA DEL SOBRESALTO: EL EQUIVALENTE FENOMENOLÓGICO DE LA RESISTENCIA
Entre los 3 y los 5 meses la respuesta del moro no es ya tan necesaria debido a que los músculos extensores del cuerpo y la espalda, que han sido fortalecidos a través del movimiento, ahora son más fuertes. El infante encuentra en su equilibrio en una variedad de formas que le permiten eventualmente sentarse y alcanzar a otros utilizando apoyo muscular recientemente desarrollado. En este momento, la respuesta del moro generalmente se integra dentro de la respuesta del sobresalto, que durará toda nuestra vida. Dicha respuesta ha sido pensada como un “brinco” en el idioma inglés, lo cual describe que existe un movimiento pero no nos da una descripción más detallada de qué tipo de movimiento. La palabra en alemán para sobresalto es Fahren, nos sugiere el “estar yendo”. Si se lo añadimos al prefijo zusannen, se convierte en zusannen-fahren-bin o ir juntos, en la medida de que la periferia del cuerpo se mueve hacia su centro. Debido a que el moro es el patrón más evidente, con su énfasis en la extensión, debe de contener elementos del sobresalto, que es más sutil con su énfasis en la flexión.
La respuesta del sobresalto se va fijando en nosotros, formando parte del desarrollo creativo y espontáneo de crecer de infante a adulto y nos protege de un futuro incierto. Esto nos ayuda a entender mejor la naturaleza de la vinculación traumática y de su tratamiento.
En el texto original, la autora plantea el tema de: Contracciones isométricas sedimentadas y Pisos falsos: el intento de encontrar apoyo, que la traducción de INTEGRA eliminó y no se sintetizó ni se tradujo.
TRAUMAS DE DESARROLLO QUE EMERGEN DENTRO DE LA PSICOTERAPIA
Como ya lo dijimos, cualquier situación traumática a la que la persona se enfrente, siempre tendrá en el fondo algún trauma de desarrollo anterior y una falta de autorregulación suficiente. Esta carencia nos da las bases relacionales que se ven en la posterior vida adulta al contactar y naturalmente en las sesiones de terapia. Sucede cuando el terapeuta no se siente y los pacientes se imaginan que su terapeuta está en contra de ellos y no a favor de ellos. El terapeuta ahora parecería mucho más parecido a la familia original del paciente. El paciente no se acuerda explícitamente de las situaciones anteriores, pero las está reviviendo.
Estamos ante la experiencia de la memoria kinésica; por ejemplo, pararnos o caminar hacia el otro es parte de nuestra memoria kinésica-kinestésica de cómo gateamos hacia nuestros padres originalmente. Es esencialmente cómo aprendíamos a aprender. Es el conocimiento implícito de saber lo que puedo hacer y he hecho contigo y de lo que tú has hecho y puedes hacer conmigo. (Sheets-Johnstone 1999, 135-137) Es una demostración clara de cómo el presente nos muestra el pasado e indica posibles horizontes futuros.
Por ejemplo, cuando yo quiero alcanzar al otro, hay un movimiento-sentimiento-conocimiento-recuerdo de cómo yo hice esto en mis primeros días. Hay una dinámica relación de recuerdo. La memoria kinestésica, por lo tanto, está en el cuerpo como una dinámica de sentimiento-movimiento específico. En la medida que se actúan, se adaptan a la situación en el juego de figura-fondo. Iniciamos el flujo de nuestros movimientos basados en nuestro pasado kinestésico que también influencia el resultado de lo que pasará ahora. Nuevamente, el patrón retenido de movimiento-sentimiento que emerge influencia y es influenciado por el presente. El patrón de alcanzar aprendido y acompañado por la experiencia emocional siempre va a ser el fondo de nuestra experiencia presente. A veces, sin embargo, la situación presente puede fácilmente reestimular el pasado con su temática kinésica histórica y dominar las situaciones del aquí y del ahora.
El cuerpo vivo nos da conocimiento práctico de cómo interactuar. (Merleau-Ponty 2012) Cuando esas experiencias de la retraumatización ocurren en terapia y el cuerpo vivo es disminuido, el paciente se disocia, y entonces hay una pérdida de la natural autoconfirmación, es una pérdida de orientación. En un evento donde estamos retraumatizando o lastimando el cuerpo pierde la habilidad de sentirse moviendo a través del mundo y se convierte en un objeto. Durante la terapia esto puede parecer como una erosión de la capacidad relacional del paciente con todo. Como el cuerpo es nuestro “instrumento fundamental para tener al mundo” (Merleau-Ponty 2012, 147), cualquier perdida repetitiva de experiencia corporal no solamente es la pérdida de la pertenencia corporal sino la perdida de pertenecer al mundo. Lo que el mundo puede ofrecer no lo podemos sentir ni ver, y las posibilidades a ajustarnos creativamente a la situación están muy limitadas. La seguridad de que el otro, del cual dependemos para tener intercambios confiables y consistentes, se va a ver disminuido. (Brothers 2018) Como ya no estamos en un mundo familiar, la persona retraumatizada vive ahora en un mundo de extraños. Sin la certeza de la confianza esencial de un piso estable, la experiencia de la realidad se convierte en duda. El paciente se involucra en tener que saber qué es lo que está pasando en vez de saber directamente qué es lo que está pasando. Sin un sentido profundo de sí mismos ya no pueden tener un sentido profundo del otro.
LA SESIÓN EN DESARROLLO
La meta de la psicoterapia es explorar el funcionamiento del fenómeno emergente; el propósito que sirve para el desarrollo paciente y no tanto ver las causas. El campo fenomenológico se centra en el cuerpo táctil-kinésico-kinestésico, cuerpo vivo que funciona como fondo para toda la experiencia. El fenómeno para explorar -es decir, lo que se ve, siente, toca, escucha, huele- siempre emerge en relación a lo que se muestra dentro de la diada de la terapia. La investigación para el terapeuta y el paciente explora las maneras diversas en la que emerge este fenómeno. La esencia del trabajo es subrayar el darse cuenta del paciente de la experiencia táctil-kinésica-kinestésica y crear un medio ambiente a partir del cual el paciente puede tomar apoyo relacional. De la misma manera que la experiencia kinésica del bebé se descubre a través de las exploraciones del movimiento con el padre, la restauración de estas experiencias animadas auténticas se descubre en relación con el terapeuta. Esto es crucial para todos los esfuerzos en psicoterapia, especialmente al trabajar con los momentos de retraumatización. Paradójicamente, las experiencias retraumatizantes emergen en la sesión para ambas personas y son un pasaje hacia la sanación.
No todos los niños que han tenido la experiencia de algún tipo de trauma de desarrollo lo llevan a través de toda su vida. Cuando los niños afinan en el tiempo sus sentimientos lastimados, estas heridas no se transfieren completamente a la adultez. Sí impactan la vida adulta pero sin resultados profundamente estresantes. (Epstein 2014) Esto no quiere decir, sin embargo, que cuando estos pacientes menos traumatizados van a terapia no emerjan momentos de la retraumatización. No importa qué tan buenos fueron los padres, siempre existen sentimientos de insuficiencia que son parte natural a la condición humana.
Para los pacientes que entran a terapia con una historia de mucho conflicto en el mundo, nos viene a veces una idea de que algo debe de estar muy mal con ellos. Claramente el bebé y el niño cuando tuvieron sentimientos intensos en su desarrollo primario los experienciaron en soledad. No había nadie, de manera que los sentimientos no atendidos eran insoportables. Y entonces no integraron el desarrollo afectivo del niño. (Stolorow, 2007) Los síntomas que los llevaron a buscar terapia están vistos como aspectos vergonzosos de la persona, evidencia clara de su existencia equivocada. Los pacientes que tienen mucha vergüenza se ocupan mucho de la evaluación crítica consigo mismos en el mundo en el que viven. En un intento de acallar estos sentimientos la kinestesia se disminuye y hay más disociación. Al venir a terapia los pacientes desean que el terapeuta ejercite estas partes vergonzosas que oprimen la capacidad de responder libre, creativa y espontáneamente y temen que el terapeuta no pueda lograrlo. El paciente más sensible, fácilmente se retraumatiza y hay una amenaza a un sentido coherente de sí mismo. La respuesta del sobresalto es naturalmente provocada y las sinergias musculares que se tienen y organizan los “pisos fijos”, se ponen en juego. Estos son los mejores intentos del paciente para protegerse en ambientes que se han convertido en precarios o muy desequilibrantes.
LA RESPUESTA DEL SOBRESALTO Y EL TERAPEUTA
En cualquier sesión, y especialmente trabajando con los pacientes que tienen una historia profunda de rechazo y abuso, muchos sentimientos y emociones suceden. Estos incluyen la sensación de frustración o enojo, la sensación de que el cuerpo se está “elevando” por encima del piso, o la sensación de pesadez en la cabeza, y la sensación de cansancio extremo, y el aburrimiento por parte del terapeuta pueden ser intentos de disminuir sus propios sentimientos de retraumatización. Sin darse cuenta de que están siendo muy aprehensivos, los terapeutas pueden tomar una de las dos posiciones posibles. Estas posiciones se emplean como un intento de hacer que una situación incierta sea más manejable: no sé qué hacer a continuación y debo de hacer algo. En la primera posición ocurren elementos sutiles de sobresalto, quizá como contener la respiración, apretar los músculos abdominales o tensar los hombros. Al no darse cuenta de estos momentos de sobresalto sutiles, los terapeutas sostienen sus configuraciones familiares y habituales que están rigidizadas, y con entusiasmo se acercan o retiran de su paciente. Existe un cambio en las cualidades de su tono vocal y ademanes. “Alcanzar” al paciente de esta manera puede ser una expresión de una exagerada empatía y/o sobre identificación. Los pacientes pueden “ser jalados” por las expresiones de sus pacientes de emoción profunda, demandando que el terapeuta termine con su sufrimiento. Si no hay cierto alivio para los pacientes pronto, los demandados terapeutas pueden sentir que han fallado. En esos momentos, tienen dificultad al sentir la abundancia del aire disponible para respirar, el piso debajo de sus pies, la silla debajo de su pelvis y atrás de su espalda. Estos son apoyos fundamentales y primarios para continuar siendo o la continuación de un ser creativo, auténtico y animado. (Epstein 2001, 11) En el proceso de atender intensamente al otro, existe una pérdida de fluidez en la capacidad de checar internamente con nosotros mismos. La idea de tener que apoyar al paciente es tan central que un apoyo real a nosotros mismos en el proceso se pierde. Ocurre una falta de sintonía.
La segunda posición que pueden tomar los terapeutas cuando han sido sobresaltados es “retirarse” de sus pacientes al empujar el respaldo de la silla con la espalda y teniendo también poca sensación del piso bajo los pies y de la silla debajo de ellos. La respiración se vuelve superficial, y los gestos se restringen. Esta es la posición de desaparecerse en la medida de que los afectos y/o temas del paciente nos puedan hacer sentir amenazados, lugar desde el cual el terapeuta tiene que esconderse. En estos momentos, los terapeutas se pueden sentir muy inadecuados con respecto a qué hacer y qué sentir, y decir algo puede demostrar sus deficiencias. O quizá los terapeutas pueden tener un propósito y sus pacientes no están cooperando con él. Posiblemente los pacientes también pueden estar muy ciertos en sus creencias de que no hay nada que el terapeuta pueda hacer para ser suficiente o útil. Esta actitud nos habla de la profundidad de la soledad y aislamiento que acompaña a las experiencias traumáticas del paciente. La profundidad y expresión del sufrimiento del paciente, junto con los sentimientos del terapeuta de ineficiencia, puede causar que el terapeuta se congele: que se quede inmovilizado o en blanco. En esta posición de desaparecerse, los terapeutas generalmente atienden sus restricciones corporales y pierden contacto con el otro, nuevamente hay una falta de sintonía.
Hay una tercera postura que los terapeutas pueden tomar, especialmente cuando han sido sobresaltados y van rumbo a la retraumatización. En esta posición, los terapeutas se ponen precisamente atentos a sus experiencias kinésicas resonantes dentro de la situación: ¿cómo me percibo a mí mismo ahora y contigo? Los patrones de detenimiento isométrico que se han disparado, puertas falsas, han sido traídas como figura, y los terapeutas pueden pausar para darse cuenta de cómo están empujándose a sí mismos, apretando, jalando hacia abajo y hacia atrás. La consciencia de sus propias puertas falsas sirve como una clave para la situación; los terapeutas consiguen información con respecto a qué está pasando en el presente en el campo relacional. Habiendo esperado y visto el resultado del sobresalto al explorar sus respuestas secundarias o fijaciones corporales, no es con el propósito de relajar estas posturas, sino entender cómo y cuándo han emergido en reacción a su paciente. Los terapeutas a lo largo de su praxis necesitan familiarizarse con sus propias características y patrones de movimiento-sentimiento; las puertas falsas/contracciones isométricas que tanto tiempo se han sostenido y que son parte de la condición humana, han sido exageradas dentro de la situación retraumatizante para modificar el contacto.
La manera en que los terapeutas se mueven dentro de la sesión es la intervención terapéutica. De pronto, alcanzar al paciente o alejarnos de él es una expresión de cómo los pacientes están siendo sostenidos por el terapeuta; uno sostiene al otro de la misma manera que sostiene su propio cuerpo. Una vez que los terapeutas han identificado las cualidades kinésicas sentidas de sus propios pisos isométricos y sus constricciones, sostenidos a través de varias dimensiones corporales horizontales y pausando a sentir la propia experiencia de Gestalt fijas, se pueden abrir a su propio significado. Como terapeutas le ponemos atención a la tierra bajo nosotros, al espacio alrededor de ellos, y al aire que respiran, entonces se descubre la posibilidad de apoyar. Estos apoyos ayudan a la formación de una seguridad ontológica básica, encontrando el fondo de “el yo con el tú” y un sentido de pertenencia. Son los “puntos de balance a las vulnerabilidades existenciales de estar vivo en un mundo discordante”, (Sheets-Johnstone 2016, 88) permitiendo que podamos esperar la próxima oportunidad. Siempre hay una segunda inhalación y un siguiente movimiento a hacerse. Encontrar estos apoyos, agarrarnos a nosotros mismos cada vez más, aminora en la medida en que las sinergias musculares estáticas y sus significados se reorganizan. Con el piso debajo de nuestros pies, literal y metafóricamente, los terapeutas permiten que sus pacientes los impresionen sin evaluarlos impulsivamente, interpretativamente y sin actuar a partir de dichas impresiones. El impulso no se actúa, sino que se tiene la experiencia de este. Tenemos una sensación de estar con el otro en vez de estarle haciendo algo al otro. Al recobrar el piso, los terapeutas crean un medio ambiente a partir del cual los pacientes pueden tomar apoyo. Al estar en contacto con su cuerpo vivo una conciencia de movimiento-sentimiento, los terapeutas no tratan de hacer que algo pase; más exactamente, se permiten a sí mismos moverse hacia lo desconocido sin las certezas usuales y esperan para descubrir lo que ya está pasando ahí. Al esperar, la figura se está formando; todas las posibilidades se abren.
LA RESPUESTA DEL SOBRESALTO Y EL PACIENTE
La intención de contactar es encontrarme a mí, contigo: te siento aquí conmigo y cuando te vas sé que vas a regresar. Alcanzamos al otro y sentimos al otro en la medida en que ellos nos alcanzan a nosotros. En el proceso, uno se siente más grande o más de lo que era antes. Este es un proceso acumulativo de la manera en la que crecemos y cambiamos, que confía desde el cuerpo táctil-kinésico que se está desarrollando. El cuerpo abre un campo fenomenológico, un campo donde ya están incluidos los demás. En situaciones de retraumatización no hay otro implicado que puede ser fácilmente encontrado cuando nosotros nos sentimos internamente. Los fragmentos de figura/fondo y el campo relacional se acortan y aprietan, (Fuchs, 2007) Los sucesos posibles del mundo no los notamos ni esperamos. El trauma parece que frena el tiempo, y durante las experiencias retraumatizantes, los pacientes se van a zonas anteriores; un tiempo en donde no había alguien predecible y confiable para ayudar al niño en los afectos agudos de sufrimiento. Una soledad sostenida terrible se desarrolla y continúa, y el paciente entra a terapia habiendo perdido la fe en el medio ambiente íntimo. Hay una falta de seguridad en la experiencia cuerpo/mundo coherente, por lo tanto, viene la disociación.
En el intento de recuperar el sentido de que continuaremos existiendo, el paciente se forma un tipo de certidumbre en vez de arriesgarse a experimentar la experiencia de la falta de dicha continuidad. Esta certidumbre, se muestra dentro de una historia acerca de por qué el paciente está en lo correcto de tenerla cuando percibe el reto medioambiental. El paciente imagina el posible sufrimiento que puede suceder si uno se vuelve vulnerable en un mundo receptivo, o el paciente no puede comenzar a imaginar lo que pasará como otro tipo de horror. No se puede trabajar a través de la experiencia retraumatizante cuando el paciente se identifica con la historia alrededor del trauma. No significa que recuperar la memoria primaria o que la interpretación (Epstein, 2014) para poder encontrar al otro disponible se necesita soltar la historia que amalgama al trauma; la temática relacional kinésica persiste intentando crear confianza en donde no la hay. Los pacientes se aferran a su incertidumbre: nadie estuvo ahí para mí, entonces ¿por qué sentiría yo que tú vas a estar? Puedo cuidarme yo, ya que tú solamente me vas a fallar. La curiosidad, el deseo y el interés deben de arraigarse en esa incertidumbre que debe de ser metabolizada. Los intentos del paciente de aferrarse a una certidumbre inflexible paradójicamente crean carencia de dicha certidumbre.
Los pacientes a veces reportan pocos sentimientos o casi ninguno, ya que esto sucede por haber sobrevivido a experiencias traumatizantes y haberse cerrado a un mundo percibido como peligroso abstrayéndose de sus sentimientos de frustración o de vacío. (Perls et.al, 1990, 263-265) Al no tener alguien de quien agarrarse los pacientes han aprendido a agarrarse de sí mismos; estos patrones de vinculación traumática son los métodos a través de los cuales han sobrevividos a las peores situaciones; esta es la manera en la que han sobrevivido y continúan sobreviviendo. Aunque estos patrones de limitaciones fueron necesarios y ayudas cruciales en un medioambiente relacional pasado, no funcionan tan bien ahora en el presente y tampoco en el futuro (Laura Perls, comunicación personal, septiembre, 1986) el paciente se siente atascado al pedirle al otro y no recibir de él, o el paciente demandante que no acepta lo que se le ofrece y permanece pidiéndolo o el paciente que está atascado y no puede pedir para nada, el que espera y se esconde del otro esperando no ser encontrado: “hay una sintonía que no puede ser proporcionada por otros y no puede ser sentido por el paciente”. (Stolorow, 2007, 14) Esto implica un “retiro” para alejarme de ti. Este es un síntoma primario en todos los comportamientos neuróticos sustancialmente presentes en los momentos de la retraumatización.
La retraumatización ahoga la posibilidad de un contacto fluido. Cuanto más reducida está la capacidad experiencial de las sensaciones kinésicas en el cuerpo tanto más me alejo de ti. Aunque los pacientes vienen a terapia con el deseo de vivir más plenamente su dedicación inconsciente a mantener los pisos falsos, y el trabajo que emplean para mantener estas limitaciones ilustra el impacto de los patrones originales de la vinculación traumática y da pie a una especie de lealtad a su propio campo relacional primario. Las identidades de los pacientes están muy arraigadas en estos patrones; y empezar a desenredarlos nos trae sentimientos de ansiedad y de sufrimiento. Al recordar que el surgimiento de los hechos retraumatizantes en terapia es un evento bidireccional, el terapeuta puede tomar tanta responsabilidad por sí mismo, así como los pacientes también. No solamente es una constricción dentro del paciente o dentro del terapeuta, sino una constricción que emerge desde dentro de la situación: un movimiento en el campo. Los terapeutas necesitan ser curiosos de qué es lo que hacen, o dicen, o no hacen, o no dicen, para no provocar la retraumatización del paciente y preguntarse cómo sus expresiones verbales y no verbales fueron una reacción habitual al paciente más que una respuesta creativa o espontánea. Cuando ambos, tanto paciente como terapeuta, crecen sensitivamente en la dinámica compartida, el fondo para un diálogo es posible y aparece. La responsabilidad toma el lugar de la reactividad.
Al descubrir sus propios “pisos falsos”, y al entender el tema relacional que está sostenido internamente con mucha ansiedad, los terapeutas pueden ayudar a los pacientes a descubrir sus propias fijaciones en la medida en que emergen en sesión y se magnifican en momentos de retraumatización. No es útil facilitar que los pacientes se relajen mucho en estos lugares internos en donde ellos se sostienen internamente porque al hacerlo la información guardada no se mostrará. Sin embargo, si las contracciones isométricas se exploran despacio, su naturaleza salvadora puede ser desenmascarada, y la importancia de estas fijaciones pueden ser apreciadas y concientizadas. Es importante explorar las cualidades o sentimientos que están siendo expresados en estas áreas, como pueden ser, apretar el pecho, sostener tensión en los ojos, apretar el abdomen, endurecimiento en la mandíbula, etc. Si los pacientes no pueden nombrar la cualidad es importante encontrar una metáfora como “hay un tornado en mi cabeza”, “pesas muy pesadas en mis palmas”, etc. Los pacientes también pueden utilizar los gestos para ilustrar sus sentimientos que no pueden ser expresados con palabras; en este punto ya no hay una historia acerca de lo que está pasando, sino solamente la experiencia de lo que está pasando. Quedarnos con la pura experiencia en vez de la autoevaluación de sí mismos, es muy útil, ya que de esta manera se dan cuenta de la creatividad que tuvieron para desarrollar estos patrones. Una vez que los pacientes sienten cómo la angustia se mueve a través de sus cuerpos, reconocen estos sentimientos como propios y no como algo externo que hay que eliminar: sus sentimientos, se empiezan a convertir en algo muy apreciado para ellos; la profundidad del dolor y del duelo, síntomas del afinamiento inadecuado original, ya no se sostiene, sino que se observa y se comparte. Los elementos que han creado el síntoma ahora han sido explorados en relación, y así como los terapeutas acompañan a los pacientes, los pacientes se acompañan a sí mismos. La compasión se desarrolla en ambos lados de la ecuación como terapeutas y pacientes encontrándose: ya no nos aislamos, hacia mí alejándome de ti”, sino que estamos conformando un nosotros encontrando una pertenencia, uno con el otro. Se desarrolla una narrativa fresca con formaciones corporales nuevas cuando nos abrimos para sentir nuestros “pisos falsos”, Gestalts fijas y contracciones isométricas. Nos abrimos a la resonancia kinésica que sigue estando ahí. Este es un proceso continuo y lento, ya que los pacientes van y vienen entre una postura más abierta y vulnerable, y una postura más cerrada y familiar.
En el texto original, la autora plantea y ejemplifica detalladamente el caso Vignette que la traducción de INTEGRA eliminó y no se sintetizó ni se tradujo.
Comentarios finales: es crucial para el terapeuta poder estar con el otro, de tal manera que pueda demostrablemente apreciar lo único que tiene esa persona y su experiencia en el mundo; es decir, debemos de poder respetar la manera en la que existe el mundo para nuestro paciente y no intentar verlo con un juicio ético de qué es lo aceptable o inaceptable: comportamiento normal o anormal. Es la experiencia interna personal, vivida por el cuerpo como una experiencia subjetiva, lo que es normal para esa persona.
Al traer al presente las experiencias kinésicas y kinestésicas del paciente, vamos entendiendo e ilustrando lo esencial de lo que significa ser humano: este proceso incluye aspectos psíquicos que están integrados dentro de estados fisiológicos, antiguos y evolutivos, que se presentan a nuestra conciencia con movimientos voluntarios. Esta es la experiencia del sobresalto. Al describir estas experiencias transformamos y re transformamos para poder seguir describiendo, lo cual nos hace continuar en la transformación, etc. Al convertirnos en un compañero de viaje, el terapeuta debe interactuar lo suficiente para poder ser visto, pero al mismo tiempo no interactuar demasiado, de manera que el paciente pierda la experiencia de libertad en donde la novedad de lo que “yo puedo” pueda sustituir a lo habitual del “no puedo”.
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[1] Nota del Traductor: El concepto de “attachment” ha sido traducido como vinculación y no como apego en este capítulo.
[2] Nota del Traductor: en inglés la palabra “parent” ha sido traducida como figura parental o figura parental primaria o cuidador primario en este capítulo.