Revista de Psicoterapia Humanista Corporal - Edición 3

Abandono, una de las cinco heridas de la infancia

Mtra. Aurora del Villar

Una de las heridas de la infancia más comunes es la herida de abandono, que suele dejar una huella profunda y presentar síntomas y problemas a lo largo de toda la existencia.

El abandono siempre duele, pero cuando ocurre en una etapa muy temprana de la vida, sus efectos son aún más duraderos.  Como ningún bebé sabe aún discernir, porque su desarrollo está incompleto, va a interpretar cualquier situación de abandono como un peligro que pone en riesgo su vida.

La herida de abandono tiene grados que pueden ir desde situaciones extremas, como dejar a un recién nacido en la calle y desamparado y a su suerte, a eventos menos graves, pero también dolorosos para el niño como, por ejemplo, cuando ambos padres tienen que irse a trabajar y el bebé pasa mucho tiempo solo o con cuidadores que no se conectan emocionalmente con él.  La separación o el divorcio de los padres, cuando es mal manejado, también puede producir esta herida.

El resultado de tales situaciones es una huella profunda a nivel del sistema nervioso del bebé.  Aunque el abandono se repare más tarde – por ejemplo, cuando una familia adopta a un niñito abandonado – y la persona tenga una vida “normal”, la vivencia primaria se quedará en el inconsciente y esto tiene efectos visibles en el carácter y en las conductas, aunque físicamente no se note.

Entre los síntomas frecuentes de la herida del abandono está la falsa creencia de “no merecer” respeto, reconocimiento, cariño y, sobre todo, amor.   Los niños que la presentan suelen ser víctimas fáciles de acoso, tener bajo rendimiento escolar, aunque sean listos, o hacer muchas cosas para llamar la atención, como travesuras, ser muy parlanchines, o enfermarse.  Estas actitudes pueden llegar a impacientar a sus compañeros y a los adultos responsables de cuidarlos, lo que los pone en riesgo de mayores abusos.

Conforme pasa el tiempo, estas actitudes que son totalmente inconscientes, dan como resultado aquello que más teme y que más le duele a quien lleva esta herida: la gente se aleja, recreando el abandono y dando como resultado un triste círculo vicioso de soledad y dolor que, cuando la herida no se hace consciente, sigue reproduciéndose en la edad adulta, durante toda la vida.

 

Un ejemplo de ello es la inestabilidad de las relaciones de pareja de estas personas.  Cuando no conseguimos formar una pareja estable porque siempre “nos dejan”; si sentimos que nadie nos quiere y que tenemos que someternos para recibir, aunque sea un poquito de cariño; cuando damos de forma desmedida a los demás o estamos en relaciones de abuso, puede deberse a que tenemos herida de abandono.

Otra manifestación de esta herida son las adicciones.  Como esta herida se produce en la llamada etapa oral, que va aproximadamente de las primeras semanas al año y medio de nacido, es común que se presente oralmente a través de fumar, beber, comer y otras adicciones o hablar mucho.

De igual forma, muchas veces, los padres y madres que provocan herida de abandono fueron víctimas de lo mismo. Nadie puede dar lo que no tiene: si no nos cuidaron, difícilmente podremos cuidar a alguien más de una manera responsable.

Sanar la herida de abandono, como cualquier herida física es posible, pero toma tiempo.  La solución es tomar consciencia y, primero, aprender a cuidar de nosotros mismos reconociendo, validando y satisfaciendo las propias necesidades, procurando hacer por nosotros lo que tal vez a quienes les correspondía no lo hicieron o no pudieron hacerlo adecuadamente en nuestra infancia: cuidar de nosotros mismos de una forma sana y madura. Entonces podremos cuidar a otros.

Si se es víctima de la herida de abandono, esto no es una condena; al contrario, es una oportunidad para reconocer las actitudes inconscientes que provocan infelicidad, y a través de un trabajo consciente y permanente, cerrar la herida, e iniciar un camino generoso, servicial y deseoso de ayudar a otros.  Muchas personas que tienen profesiones de ayuda, tales como enfermeros, educadores, y psicólogos, encontraron su vocación al querer dar a otros lo que ellos no tuvieron: atención y cuidado.

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