Revista de Psicoterapia Humanista Corporal - Edición 3

Prácticas de supervivencia de una mujer adulta con diversas experiencias de violencia. Testimonio de vida y aportaciones de la psicoterapia humanista corporal

Nadia Elia Ruiz Espino*

Resumen         

Este artículo es un estudio de caso único, basado en mi propio testimonio de vida con relación a diversas experiencias de violencia, enfatizando, aquellas prácticas de supervivencia que logré desarrollar, que me han permitido resignificar experiencias tan dolorosas y hacer cambios sustanciales en mi vida. Describo cada una de las aportaciones de la psicoterapia humanista corporal.

Palabras clave: experiencias de violencia, prácticas de supervivencia, psicoterapia humanista corporal, relación con el cuerpo, resignificar.

Introducción

Ha sido fundamental para mí profundizar en la comprensión de la manera en que la violencia se ha hecho presente en mi vida y mis relaciones. Mi historia personal está marcada por hechos y situaciones violentas en el ámbito familiar durante la infancia, además, viví durante diecisiete años en una relación de pareja con dinámicas relacionales disfuncionales, donde las faltas de respeto y conductas abusivas se hacían presentes. En cada etapa de mi vida, ha habido manifestaciones de violencia contra mi persona, ya sea en la calle (lo que se denomina acoso callejero), en el transporte público, por parte de los compañeros o profesores de escuela y en el lugar de trabajo. Desde esas experiencias, me doy cuenta que existe una normalización de actos y actitudes que dañan el estado psicoemocional de una persona, que son ejercidas por otras en diferentes entornos, desde las etapas más tempranas de la vida, lo que posiblemente ha llevado a tolerar y perpetuar situaciones similares en relaciones afectivas, especialmente en la pareja.

La violencia en relaciones de pareja heterosexuales a menudo se encuentra encubierta por ideas equivocadas sobre el comportamiento apropiado de hombres y mujeres, perpetuando así estereotipos que sistemáticamente nos colocan a las mujeres en desventaja. No obstante, a lo largo de mi trayectoria, he sido testigo de la resiliencia de muchas mujeres, incluyéndome a mí misma, que hemos resistido y desarrollado prácticas de supervivencia para liberarnos de la violencia psicológica que enfrentamos. Es esencial dar voz no solo a la violencia, sino también a la fuerza, al apoyo propio y mutuo que nos convierte en sobrevivientes de entornos y personas violentas. Por esta razón, he decidido centrar mi estudio y reflexión en comprender más profundamente estas prácticas de supervivencia que he logrado desarrollar y que han sido fundamentales en la resignificación de mi historia. Mi objetivo es destacar estas prácticas, resaltar la supervivencia y describir cómo la Psicoterapia Humanista Corporal contribuyó en mi proceso de recuperación y bienestar.

Para contextualizar aún más la magnitud de este problema, es necesario examinar las estadísticas y hallazgos revelados por el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (2021) a través de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los hogares, la cual arroja los siguientes datos: a nivel nacional, del total de mujeres de 15 años y más, 70.1 % han experimentado al menos un incidente de violencia, que puede ser psicológica, económica, patrimonial, física, sexual o discriminación en al menos un ámbito y ejercida por cualquier persona agresora a lo largo de su vida. La violencia psicológica es la que presenta mayor prevalencia (51.6 %), seguida de la violencia sexual (49.7 %), la violencia física (34.7 %) y la violencia económica, patrimonial y/o discriminación (27.4 %). Mientras que, de octubre 2020 a octubre 2021, 42.8 % de las de mujeres de 15 años y más experimentaron algún tipo de violencia, la violencia psicológica es la que presenta mayor prevalencia (29.4 %), seguida de la violencia sexual (23.3 %), la violencia económica, patrimonial y/o discriminación (16.2 %) y la violencia física (10.2 %). Respecto de 2016, los resultados de 2021 muestran un incremento de 4 puntos porcentuales en la violencia total contra las mujeres a lo largo de la vida. Los estados donde las mujeres de 15 años y más han experimentado mayor violencia a lo largo de su vida son: Estado de México (78.7 %), Ciudad de México (76.2 %) y Querétaro (75.2 %).

Cada día en los diversos medios de comunicación, se puede encontrar una noticia que hace alusión a diferentes comportamientos que ponen en peligro a las mujeres; en México existen una serie de creencias machistas arraigadas que perpetúan la consideración de las mujeres como inferiores a los hombres, lo que da lugar a la propagación de la violencia hacia nosotras. De igual manera, existen tradiciones que siguen otorgando privilegios a la existencia masculina por encima de la femenina. Este análisis del contexto destaca la urgente necesidad de investigar y comprender las estrategias que las mujeres utilizan en su lucha contra la violencia psicológica en los diversos ámbitos de su vida. El interés para realizar el presente artículo no solo se basa en la denuncia de las diversas experiencias de violencia, sino principalmente en el reconocimiento de las prácticas de supervivencia que se logran desarrollar para trabajar, resignificar y trascender estas experiencias. Por lo anterior, el presente artículo tiene como propósito describir por un lado las prácticas de supervivencia desarrolladas por mí (una mujer adulta de la Ciudad de México) que ha vivido diversas experiencias de violencia familiar y en la pareja y, por otro, describir cómo la Psicoterapia Humanista Corporal contribuyó a mi recuperación y bienestar.

Violencia

La violencia es cualquier conducta intencional que causa o puede causar un daño y es agresividad alterada, principalmente por diversos tipos de factores en particular, socioculturales, de acuerdo con lo que afirman Sanmartín-Esplugues et. al (2010). Hay distintos criterios para clasificar la violencia, por ejemplo, la psicológica corresponde al criterio del tipo de daño causado y que se trata de cualquier omisión u acción que causa o puede causar daño cognitivo (por ejemplo, distorsiones en la forma de percibir el mundo), emocional (por ejemplo, baja autoestima) o conductual (por ejemplo, trastornos de tipo obsesivo). Suele manifestarse a través del lenguaje, tanto verbal como gestual y no es aquella que resulta de las secuelas psicológicas que derivan de otros tipos de daño.

San Segundo (2020), plantea que la violencia es una conducta compleja, aprendida, intencional, habitual, produce dolor, daño, busca el efecto de anular a otro que tiene como objetivo el control. La violencia psicológica se clasifica en función de los daños producidos a la víctima y de los medios empleados, mencionando que este tipo de violencia es toda acción u omisión dirigida a perturbar, degradar o controlar la conducta, el comportamiento, las creencias, o las decisiones de una persona, mediante la humillación, intimidación, aislamiento o cualquier otro medio que afecte la estabilidad psicológica o emocional. Constituyen actos de este tipo de violencia: los gritos, los insultos, las amenazas, las humillaciones, el engaño, la burla, el desprecio, la ridiculización.

La violencia contra la mujer es:

Todo acto de violencia de género que resulte, o pueda tener como resultado un daño físico, sexual o psicológico para la mujer, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la privada”. La violencia de pareja se refiere a los comportamientos de la pareja o expareja que causan daño físico, sexual o psicológico, incluidas la agresión física, la coacción sexual, el maltrato psicológico y las conductas de control. (OPS y OMS, s/f).

La Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia Contra las Mujeres (2007), a través de la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida libre de Violencia, define en su glosario que la violencia contra las mujeres es cualquier acción u omisión, basada en el género, que les cause daño o sufrimiento psicológico, físico, patrimonial, económico, sexual o la muerte, tanto en el ámbito privado como en el público y como modalidades de violencia: las formas, manifestaciones o los ámbitos de ocurrencia en que se presenta.

En el mismo documento se define en el apartado de contenidos y disposiciones jurídicas que:

  • Violencia familiar: es el acto abusivo de poder u omisión intencional, dirigido a dominar, someter, controlar, o agredir de manera física, verbal, psicológica, patrimonial, económica y sexual a las mujeres, dentro o fuera del domicilio familiar, cuyo agresor tenga o haya tenido relación de parentesco por consanguinidad o afinidad, de matrimonio, concubinato o mantengan o hayan mantenido una relación de hecho.
  • Violencia psicológica es cualquier acto u omisión que dañe la estabilidad psicológica, que puede consistir en: negligencia, abandono, descuido reiterado, celotipia, insultos, humillaciones, devaluación, marginación, desamor, indiferencia, infidelidad, comparaciones y amenazas, las cuales conllevan a la víctima a la depresión, al aislamiento, a la devaluación de su autoestima e incluso al suicidio.

La Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) (2014), afirman que la violencia hacia la pareja se refiere a un patrón repetitivo de abuso (en relaciones de matrimonio, concubinato, noviazgo o extramaritales) o expareja (divorcio o separación), que se caracteriza por una serie de conductas coercitivas esencialmente hacia las mujeres que incluyen maltrato psicológico, físico, sexual, económico o patrimonial. La violencia infligida por la pareja es una de las formas más comunes de violencia contra la mujer e incluye maltrato físico, sexual o emocional y comportamientos controladores por un compañero íntimo. Se refiere a cualquier comportamiento, dentro de una relación íntima, que cause o pueda causar daño físico, psíquico o sexual a los miembros de la relación. La identificación de la violencia psicológica o emocional en el ámbito de la pareja es difícil por la “ausencia de evidencias”, incluye manifestaciones hacia la mujer como gritos, insultos, humillaciones, intimidaciones, críticas constantes, celos, posesividad y control exagerado, amenazas de daño o abandono o llevar a cabo acciones destructivas. En ocasiones se aísla a la mujer de su familia de origen y de sus amistades y se restringe su acceso a la información, educación, trabajo, etcétera.

Género y violencia

Estamos atrapadas por las comprensiones colectivas de identidad de género, en tanto habitar un cuerpo presiona determinados comportamientos. (Muñoz-Delgado, 2010). El término género se refiere al conjunto de actitudes, creencias, comportamientos y características psicológicas que se asocian diferencialmente a los hombres y a las mujeres (Espluges, 2011). El género como categoría, hace referencia a una construcción simbólica mediante la cual ciertas características son atribuidas como pertenecientes a uno u otro sexo, lo que la configura como un eje primario de la formación de la identidad subjetiva y de la vida social que conlleva relaciones de desigualdad debido a la distribución inequitativa (inevitable e injusta de poder y recursos (Ramos-Lira y Flores-Celis, 2017).

Lo masculino se ha considerado históricamente superior a lo femenino y las mujeres han sido ubicadas en una posición de vulnerabilidad (receptiva-pasiva frente a los hombres (activos-agresivos). Esto ha generado una construcción de lo que puede denominarse una subjetividad masculina o femenina, de tal forma que los comportamientos del sujeto mujer u hombre se perciben como atributos naturales que emanan de su fisiología corporal. Nuestros cuerpos son demasiado complejos para proporcionarnos respuestas definidas sobre las diferencias sexuales. El género es un factor sociocultural relevante relacionado con la salud y los factores determinantes de carácter social suelen exacerbar las vulnerabilidades biológicas. La violencia por lo regular se dirige a quienes se juzga como inferiores por razones de género o edad. El rol de género se alude al papel social construido a partir de las diferencias sexuales entre hombres y mujeres y que comprende los comportamientos, actitudes, rasgos de personalidad que se designan como femeninos o masculinos en una sociedad, en determinada cultura y período histórico. (Ramos-Lira y Flores-Celis, 2017).

La violencia contra la mujer es también denominada violencia de género, de acuerdo con lo dicho por la OPS (s/f) y tiene su origen porque se considera que ella no cumple la función o rol que le corresponde, este tipo de violencia también adopta la modalidad de violencia de género en la pareja. La violencia de género tiene que ver con el tipo de víctima contra la que se dirige con los motivos que la causan: contra una mujer en nombre de un supuesto rol o función. Los varones muestran una mayor tendencia a desarrollar conductas violentas por influencias hormonales de la testosterona, de cada diez delitos de agresión, ocho o nueve son cometidos por varones. Los modelos violentos predominantes son masculinos.

Benedicto (2018) afirma que nuestra sociedad, que es patriarcal, distribuye roles distintos para el sexo femenino y el masculino, creando una estructura donde lo masculino es lo normativo y hegemónico, justificando violencias más o menos explícitas para sostener y perpetuar este orden. En esta sociedad, es el hombre quien tiene el poder. El género condiciona la experiencia individual colectiva: los mandatos de género, la construcción de la autoestima, la definición de autonomía y el papel de las emociones, todos estos conceptos relacionados con la salud mental. La misma autora menciona que en la investigación sanitaria, las mujeres están invisibilizadas, por tanto, asimiladas en lo masculino. Se entiende por mandato de género la sumisión a roles patriarcales de comportamiento y socialización que son aprendidos culturalmente y luego interiorizados. Dichos mandatos afectan la construcción de la subjetividad, la feminidad normativa se basa, en lo personal, en el culto a la belleza, la docilidad y la vulnerabilidad, y en lo relacional, en el cuidado y la entrega a los otros. Esta combinación, en la que el locus de control y de autoestima están afuera, trunca la autonomía genera dependencia. La feminidad normativa, debido a esta subordinación, también está íntimamente ligada a la baja autoestima, la persecución de modelos de perfección, consecuentemente, a la culpa; culpa por insuficiencia, inadecuación o transgresión de los roles de género.

 

Importancia de la dimensión corporal para la resignificación de las experiencias de violencia

Lowen (1993), afirmó las siguientes ideas en torno al cuerpo: primero que es importante verse, sentirse y escucharse para descubrir las posibles formas de relacionarse en la subjetividad, en el territorio propio. Examinarse es explorar la experiencia que se tiene en determinado momento, preguntarse por los pensamientos, las creencias, sentimientos, recelos y temores. Nuestra guía interior nos llega primero a través de nuestros sentimientos y la sabiduría de nuestro cuerpo, no a través de la comprensión intelectual. Cuando buscamos una orientación interior sólo con el intelecto, como si esta existiera fuera de nosotros y de nuestro conocimiento más profundo, nos quedamos estancadas en la búsqueda, y de hecho la silenciamos. El intelecto funciona mejor al servicio de nuestra intuición, guía interior, alma, Dios o poder superior, sea cual sea el término que elijamos para llamar a la energía espiritual que anima la vida. Corporeizar un pensamiento es la capacidad de saber lo que sabemos con el cuerpo y el cerebro al mismo tiempo. Pensamientos, emociones y cuerpo físico están íntimamente ligados. Hay una mente localizada en todo el cuerpo y en todos los órganos que forman parte de él. Un síntoma físico puede estar manifestando un mensaje, una necesidad del cuerpo que espera ser escuchada y atendida, la raíz de un problema se relaciona con conflictos emocionales. La conciencia corporal tiene un componente histórico, se guarda en las memorias e influye en el sistema de creencias. Los acontecimientos vividos se registran de modo que se puede acceder a ellos aún sin aparente relación entre un estímulo y un momento presente. Hay un aprendizaje que se da “misteriosamente”, más allá de la voluntad. Se requiere desarrollar la receptividad del cuerpo, implicarse en el tratamiento del malestar, sentir lo que surge profundamente desde el interior, experimentar el cuerpo a cada momento.

Para este estudio de caso único basado en mi propio testimonio de vida, realicé narraciones escritas donde hice el recuento de las diversas experiencias de violencia que marcaron mi historia y de las cuales surgieron tres categorías principales para el análisis fenomenológico de los resultados obtenidos:

  • Descripción de las manifestaciones, ámbitos y tipos de violencia vivida
  • Impacto en mi persona e identidad como mujer
  • Prácticas de supervivencia: que son todas las acciones, actividades que fui realizando y que me sirvieron para recuperar el sentido de vida y resignificar las diversas experiencias de violencia vividas.

Testimonio de vida

He vivido varios y distintos tipos de violencia desde que era niña, en diferentes entornos. En casa, la autoridad y el poder recaía en mi padre, él ponía las reglas y castigaba severamente si eran desobedecidas. Cuando crecí y sostuve relaciones afectivas con hombres, las historias de maltrato fueron una constante en mi vida, por mucho tiempo. Antes de empezar con terapia psicológica me ponía en situaciones de riesgo y conductas autodestructivas, me encontraba en una relación de pareja desgastante física, emocional y psicológicamente.

Un primer acercamiento a otro lugar fue reconocer la violencia, nombrarla, darme cuenta de cómo estaba afectándome. Hay una película que se llama “te doy mis ojos” y la vi en la sala audiovisual cuando iba a la universidad, lloré. En aquel remoto entonces el primer contacto con una psicóloga fue en la escuela para padres en el jardín de niños donde asistía mi hijo. El motivo de consulta fue mi relación con su papá, un rompimiento que me generó ansiedad por depresión, según el diagnóstico. Recuerdo que no dormía, que lloraba todo el tiempo, que la tristeza me desbordaba. Estuve en proceso psicoterapéutico por un tiempo y resultó, temporalmente. Cuando pasó un tiempo volvería a consultar con una psicóloga por el mismo motivo: otra relación de pareja, con un hombre celoso, controlador, que gritaba y golpeaba la puerta cuando discutíamos, luego decía que se arrepentía, pedía perdón y lloraba. Fue una relación en la que claramente me di cuenta de que no quería estar y a la que definitivamente puse un fin. Fueron pocas sesiones, pero un recurso de apoyo muy valioso fue el texto “Mujeres que corren con lobos”. Entonces retomé mis estudios universitarios.

Finalicé mis estudios de licenciatura mientras seguía con problemas en el ámbito de la pareja y el episodio decisivo por el que tomé otras acciones para preservar mi integridad fue una amenaza de muerte acompañada de un “si no eres para mí, no vas a ser para nadie más”. Cuando esto sucedió yo acudía a un círculo de mujeres facilitado por una psicoterapeuta Gestalt, llegué ese grupo de acompañamiento por un anuncio en redes, me llamó la atención porque era exclusivo para mujeres, con temas específicos y por determinadas sesiones. Era principalmente un espacio para hablar y escuchar. Participé en más de un ciclo en esa actividad, conforme pasó el tiempo tuve suficiente confianza para hablar de lo que me estaba pasando, la terapeuta se dio cuenta de lo evidente, muchas veces tenía sueño, me sentía cansada la mayor parte del tiempo, llegué a quedarme dormida en alguna sesión, estaba irritable, muy propensa al llanto, se dio cuenta de que mi mandíbula estaba trabada, que tenía dificultad para abrir la boca y bostezar, recuerdo una sensación muy particular de adormecimiento de un lado del rostro, me mordía las mejillas en las noches, despertaba con el dolor. Esta terapeuta me canalizó a un centro de atención para mujeres, hice una demanda, obtuve un documento para acudir al ministerio público y seguir un proceso penal, de alguna forma eso me ayudó a sentirme más segura, no le di continuidad, pero le conté a mi padre y le dijo a aquel hombre que mejor se alejara si no quería tener problemas más serios, lo hizo. Dejó de acosarme, de insistir, aunque una ocasión lo vi rondando por donde trabajaba.

En ese centro de atención me canalizaron al hospital psiquiátrico, tomé medicamentos para la ansiedad, asistí por dos años a un grupo de atención para mujeres víctimas de violencia familiar. El proceso de psicoterapia ha sido largo, lo he interrumpido, pero he vuelto a ser constante y a mantenerlo. Un par de años después de terminar los estudios empecé a trabajar en donde hoy sigo, ha sido un logro muy importante obtener mis propios ingresos, siempre dependí de alguien más, con excepción de una beca de manutención mientras estudiaba. En el lugar de trabajo tuve otra relación de pareja inadecuada que me llevó a un problema más grande, tuve que tomar medidas en el Órgano Interno de Control a través de una queja. El coste ha sido caro, he sentido hartazgo, cansancio, enojo, frustración, decepción, tristeza e impotencia.

Las prácticas de supervivencia que logré desarrollar y que me han permitido resignificar experiencias tan dolorosas y hacer cambios sustanciales en mi vida son:

  • Actividades relacionadas con la música, la escritura
  • La psicoterapia bajo el enfoque Gestalt, la arteterapia y otras formas de psicoterapia
  • El tratamiento corporal a través de talleres
  • Cursar el diplomado en danza corporal/danzaterapia
  • Cursar la Maestría en Psicoterapia Humanista Corporal
  • Trabajo psicocorporal: imaginar esfera alrededor/barrera protectora/límite entre los otros y yo; hablar y hablar mientras camino por todo el espacio; movilizar al cuerpo desde la libertad; atención, consciencia y movimiento corporal; enfocarme en el aquí y el ahora; sentirme y reconocerme desde el cuerpo; la validación: nombrar sensaciones, temperatura, olor, comodidad-incomodidad, sudoración; encontrar relaciones con experiencia presente inmediata y/o una anterior
  • Autoconocimiento: aspectos espirituales
  • Atención a mi estar y sentir en la vida

Aporte de la psicoterapia humanista corporal

Asistí a unos cursos que se impartían en fin de semana, cuando terminé el noviazgo con el compañero de trabajo porque quería hacer algo diferente después del rompimiento, me ayudó bastante. Quedé convencida con la propuesta, y después de un tiempo me decidí a iniciar la maestría. En el inter participé de muchas actividades con mujeres, círculos, talleres, diplomados, de diferentes temas con el autoconocimiento a través de técnicas como arteterapia y danzaterapia. Llegué al Instituto INTEGRA también por sugerencia de aquella psicoterapeuta Gestalt, me recomendó que buscara actividades que tuvieran que ver más con mi cuerpo, con el goce.

Desde que empezó esa historia de la queja en el Órgano Interno de Control que interpuse hasta hoy, la he transitado a la par de estudiar la Maestría en Psicoterapia Humanista Corporal que ha significado un proceso transformador y respetuoso con mi ritmo, de mucho aprendizaje teórico y práctico con grandes beneficios en mi persona, en el proceso terapéutico que acompaña a la formación he encontrado información valiosa sobre mi personalidad y me voy formando posibles explicaciones relacionadas con mis situaciones de vida, me doy cuenta de un cambio profundo en la forma de resolver dificultades, si bien otras formas de psicoterapia me han funcionado, este enfoque amplía mi autoconocimiento en aspectos también espirituales, otra cuestión relegada en mi cotidianidad. Reviso mi postura a menudo, acomodo mi posición, respiro profundamente, me detengo, agito las manos, cierro los ojos, muevo el cuello y la cabeza, las piernas, otros movimientos intencionados y en función de la atención que ahora pongo a mi estar y sentir en la vida.

El trabajo psicocorporal ha sido muy significativo y de gran peso, ejercicios que me han hecho cambiar en un momento mi sensación y autopercepción. Prácticas y talleres que me ayudan a comprender lo que he vivido, a mirarlo con otros ojos. Ha habido desde el primer día muchos cambios y movimientos en diferentes aspectos de mi vida, mis creencias, mis relaciones, mi entorno, siento más confianza, he aprendido a defenderme y a cuidarme. He encontrado espacio interior para la calma y la suavidad, para sentir sin temor. Todo este tiempo de lectura y elaboración tuve claridad en querer hablar de mis prácticas de supervivencia ante la violencia que he vivido. Encuentro una fuerte conexión con el trabajo que inicié con la maestría, me he fortalecido. Puedo acusar al mundo por su hostilidad, a las personas de maldad o falta de ética, sin duda son factores que están relacionados, solo con la psicoterapia me he puesto en otro lugar. Sin el conocimiento más amplio y profundo que tengo de mí seguiría soportando situaciones incomodas, reaccionando o escapando de ellas, todas respuestas distintas de la forma en la que actualmente trato de solucionar asuntos desagradables.

Le comenté a mi psicoterapeuta que, durante la realización de una de las narraciones escritas para fines de este artículo, perdí el documento con lo que había alcanzado a escribir y que descubrí la vergüenza mientras recordaba todo porque ahora me pregunto ¿cómo permití tanto? y que me siento en deuda conmigo misma por descuidarme y ponerme en tantas situaciones de riesgo.

El primer tema que llevé a un retiro (parte de la formación en la maestría), era el mismo, la violencia, en otro taller volvió a surgir y me doy cuenta de que hay un cambio considerable en mi manera de ver las cosas, entre el rol de víctima y la mujer que asume la parte que le corresponde por la manera en que ha dejado que esto suceda, ya no que “le suceda” irremediablemente. Muchas veces no veía la salida o solo pensaba en la más “fácil” de ellas, huir y evadir, pasando por soportar. Ha habido mucho movimiento, en mi cuerpo, en mi actitud, en mi atención, en mi entorno. Hacemos un recuento y un trabajo extra de este tema, arraigamos, me inspira a re-escribir la historia haciendo énfasis en la compasión conmigo misma, en la comprensión de que nadie me enseñó a defenderme, pero ahora sé cómo hacerlo, aprendí a no quedarme con las cosas, a hablar y a pedir ayuda.

Ahora busco sostener el contacto con mi cuerpo y reconozco la importancia de conocerme mejor, atender mis necesidades y abrirme a la vida.  Me ayudó salir del aislamiento, relacionarme con otras mujeres, reconocer la violencia, informarme en libros y materiales audiovisuales, reconocer mis emociones y sentirlas en espacios que propiciaran nuevas formas de afrontarlas. También fue crucial tener una fuente de ingresos y el amor por mi hijo, este último ha sido la más grande motivación.

*Nadia Elia Ruiz Espino: Licenciada en Psicología educativa y egresada de la Maestría en Psicoterapia Humanista Corporal. Empleada del servicio público en un hospital general desde 2017, inició en el servicio de admisión y archivo clínico, actualmente labora en el departamento de docencia e investigación en enfermería.

Referencias

Benedicto, C. (2018). Malestares de género y socialización: el feminismo como grieta. Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, 38 (134), 607-625. https://scielo.isciii.es/pdf/neuropsiq/v38n134/2340-2733-raen-38-134-0607.pdf

Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia Contra las Mujeres (2007). Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida libre de Violencia. https://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/pdf/LGAMVLV.pdf

Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (2021). Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH). https://www.inegi.org.mx/tablerosestadisticos/vcmm/

Lowen, A. (1993) La espiritualidad del cuerpo. Paidós

Organización Panamericana de la Salud y Organización Mundial de la Salud (s/f). Violencia contra la mujer. https://www.paho.org/es/temas/violencia-contra-mujer

Organización Panamericana de la Salud y Organización Mundial de la Salud (2014). Violencia infligida por la pareja. https://www3.paho.org/hq/dmdocuments/2014/20184-ViolenciaPareja.pdf

Ramos-Lira, L. y Flores-Celis, K. (2017). Género y violencia. En De la Fuente y Heinze, G. (2017). Salud Mental y Medicina psicológica. UNAM. https://www.studocu.com/gt/document/universidad-de-san-carlos-de-guatemala/medicina/capitulo-4-genero-y-violencia/65812982

Sanmartín-Esplugues J., Gutiérrez-Lombardo, R., Martínez-Contreras, J. y Vera-Cortés J. L. (2010). Reflexiones sobre la violencia. Siglo XXI España.

Sansegundo, T. y García-Picazo, P. (2020) A vueltas con la violencia. Una aproximación multidisciplinar a la violencia de género. Tecnos: España

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