Revista de Psicoterapia Humanista Corporal - Edición 3

“Arraigo y respiración puentes hacia el autocuidado”

Mtra. Izya del Carmen Reyes Hernández

Aprender a cuidarse es el buen trato que la personas practican en su día a día, en su dimensión personal, relacional y espiritual. El presente artículo está basado en la práctica del arraigo y respiración, siendo ambas un puente para favorecer el cuidado de nosotros mismos/as.

El tema de autocuidado surge durante mi formación como psicóloga y trabajo personal, a partir de la revisión de mi historia infantil y de los guiones de vida aprendidos. Desde niña aprendí a estar al pendiente de los demás, crecí en un ambiente en su mayoría mujeres, todas “proveedoras y dadoras”, pero con poca escucha de sí mismas y de lo que necesitan, siendo un estereotipo o pauta de comportamiento que aprendí. Sin embargo, el trabajo psicocoporal a través de la práctica de arraigo y respiración, me ha permitido habitar mi cuerpo, aprender a sentir y reconocer lo que necesito. Es a partir de mi propio proceso que encuentro al arraigo y respiración como medios para aprender a cuidarme.

Cuando hablamos del conocimiento de uno mismo/a (autoconocimiento), nos referimos al derecho y la capacidad que todas las personas tenemos para escucharnos y así entender los procesos de nuestro cuerpo: las sensaciones, las emociones, los pensamientos y nuestros comportamientos, comprender cómo funcionamos, qué sentimos y de donde viene todo eso, es decir, identificar cuáles son procesos humanos y cuales procesos aprendidos (Sanz, 2016).

Es a través de la propia observación, que podemos iniciar cambios en nuestra vida, principalmente en los aspectos que nos hagan sentir mal, y que no favorezcan nuestro bienestar. Cuando hablamos de autoconocimiento, hablamos de conocer nuestro cuerpo (nuestros procesos físicos, emocionales, mentales, espirituales y sociales) y con ello reconocer lo que necesitamos (Sanz, 2016).

La psicoterapia corporal humanista, favorece el autoconocimiento, a través de trabajo con el cuerpo, siendo el arraigo de los principales puntos de trabajo.

Para Lowen (1977) arraigo es “estar plantado”, es “plantarse sobre las piernas y tomar plena conciencia de ellas”. Poco a poco este término comenzó a tener mayor extensión, haciendo una relación importante con: estar plantado en el propio cuerpo, en la psique, en la sexualidad.

“Estar plantado”, se trata del contacto de los pies con el suelo, relacionándolo al equilibrio y gravitación, y por tanto a toda la postura corporal de la persona. Al hablar de la postura, invito al lector a comprender que no solo es la postura física del cuerpo, sino la postura emocional, incluyendo con ello la actitud que tomamos frente a las cosas y situaciones de la vida cotidiana.  Para Lowen (1977), la persona es su cuerpo, es por ello que esta conexión con el estar plantado va más allá de mantener los pies en contacto con el suelo, es estar arraigado física, emocional y psicológicamente.

El arraigo, se refiere a un estado relajado de la musculatura de las piernas y vivacidad de las posturas, que denota experiencias de la infancia de habernos sentido sostenidos. Al canalizar nuestra experiencia corporal y energética desde las piernas a la tierra, “nos plantamos”- “nos arraigamos” en la realidad presente de la situación que vivimos (Heckler, 1984; en Jürgen, 2001).  Es por ello, que el arraigo puede ser un símbolo de “sostén”, “seguridad” y “autoconfianza” de la persona.

Para Totton, (2003) arraigo significa estar anclado en nuestro proceso de crecimiento psicofísico, es decir, en el proceso de expansión y contracción (contacto y retiro) (carga y descarga) términos usados dentro de la psicoterapia corporal. Para él, estar arraigado significa estar presente en la experiencia humana. Boadella (1987) incluye en el arraigo, la capacidad de establecer una buena relación entre los modos de movimiento voluntario, semi voluntario e involuntario, creando un tono muscular más apropiado.

Lowen (1977) es quien introduce el término “arraigo” a la psicoterapia corporal, dando el nombre de “arraigo vertical” a la postura vertical y la relación con el piso, pie y pierna, como base de nuestra relación con el mundo. El trabajo previo de Reich, denota más un “arraigo horizontal”, que implica acostarnos y aceptar la rendición y el apoyo de la tierra. Ambos términos se complementan y forman parte del trabajo con el cuerpo.

Para Bailey (2015), estar arraigado es estar presente, centrado, enfocado, en movimiento, es estar aquí y ahora, es madurar. Es descargar energía hacia la tierra y a la vez cargar energía de ella, dando permiso a que la gravedad trabaje en las personas sin oponerse. Es un acto co-creativo, vivir responsablemente y con el compromiso de nuestro bienestar, apoyados en nuestra vida y en contacto con la realidad, contacto que favorece el cuidarnos (Lowen, 1993).

El arraigo o por el contrario el desarraigo, lo aprendemos desde el comienzo de la vida, al gatear, chupar, mirar y sentir. Estar arraigadas/os es estar sólidos, es sentirnos sostenidos en este tiempo y espacio, con los pies plantados en la tierra. Considero que al estar arraigados podemos ampliar nuestra conciencia, aprender a escucharnos, darnos cuenta de lo que nos sucede y de lo que necesitamos en diferentes aspectos o áreas de nuestra vida.

Nuestras familias determinan cómo nos arraigamos, cómo percibimos y formamos nuestro espacio, todo depende del contacto físico y sostén que hemos tenido durante nuestra infancia, gestando cierta confianza emocional y física. Es por ello, que las personas que no han sido lo suficientemente sostenidas durante su infancia, podrían experimentar miedo de caer, manteniéndose rígidamente alejadas del piso, físicamente notando un cambio postural de sus piernas y rodillas, y con poco contacto de los pies en el suelo. Este miedo de caer, va más allá de lo físico y se experimenta en lo emocional, teniendo diferentes cosas que disgustan de su propio cuerpo y vivir en general (Keleman, 2012), teniendo esto una relación importante en la manera en cómo aprendemos a cuidar de nosotros mismos.

Según Nabb (1999) en Bailey (2015), podemos estar arraigados/desarraigados en varios niveles:

  1. Físico: Las piernas y plantas de los pies están plantadas en la tierra, generando vibración en las piernas que van de y hacia la tierra, conectando a la persona en tiempo y espacio con el medio ambiente.
  2. Emocional: Se refiere a la capacidad de poder identificar y diferenciar sentimientos del pasado y del presente, y poder expresarlos.
  3. Mental: Estar en el presente, identificando cual es la verdad hoy, distinguiendo la veracidad de las imágenes y creencias, así como que tan actualizadas están las defensas.
  4. Voluntad: Dirigir la intención y la conducta de manera positiva para ir hacia la vida y no alejarnos de ella, a través del equilibrio entre la voluntad interna y externa.
  5. Espiritual: Es la intención del espíritu de estar aquí haciendo lo que estoy haciendo, y no otra cosa. Es ser lo que soy, pertenecer a un grupo pudiendo ser lo que soy, estar centrado en el Ser Superior.

Para Conger (1994) en Bailey (2015), existen 7 fases en el arraigo que se van desarrollando desde el nacimiento hasta la edad adulta:

  • Primera etapa. Estamos arraigados en el vientre de nuestra madre y en los primeros momentos de nuestra vida. Si durante esta etapa, no hemos recibido aceptación, ni hemos sido aceptados amorosamente, no estaremos suficientemente arraigados de adultos. Si durante estas primeras etapas de vida, no tuvimos el suficiente contacto físico amoroso, algunas zonas de nuestro cuerpo permanecerán sub-desarrolladas, no conceptualizadas y crecemos con imágenes pobres de nuestro cuerpo.
  • Segunda etapa. Aquí aprendemos a gatear, pararnos y caminar, desarrollamos límites y territorio, hay identificación y separación de nuestra madre, aprendemos a autorregularnos. Importante que durante esta etapa se fomente la dependencia sana y sentimientos de soporte, pues en caso contrario, durante la etapa adulta la carencia de arraigo la veremos en las piernas, tobillos, pies y columna.
  • Tercera etapa. El arraigo se desarrolla en nuestras relaciones y nuestra sexualidad, es aquí que de niños buscamos la posesividad exclusiva de un padre y se rechaza al otro no queriendo perder su afecto. Esta etapa, se conoce como edípica y cuando no hay apoyo por parte de los dos padres es muy difícil arraigar la sexualidad.
  • Cuarta etapa. Está relacionada con salir de la casa materna-paterna para relacionarnos con el mundo que nos rodea y con nuestros padres, siendo la entrada a la escuela lo que permite esta salida. Durante esta etapa el arraigo tiene que ver con la cooperación y compromiso con otros/as. Aprendemos a arraigarnos en la relación con los demás.
  • Quinta etapa. Es en la adolescencia en donde nos movemos de lo concreto a lo abstracto, nos distanciamos de la familia, principalmente de la madre. Aprendemos a soñar y contener nuestra naturaleza rebelde.
  • Sexta etapa. De la adultez joven, es cuando nos enfrentamos con las limitaciones y restricciones de la realidad, hay que trabajar para vivir y aprender a posponer ciertos sueños con el apoyo de generaciones pasadas.
  • Séptima etapa. Durante esta etapa los problemas mundanos nos afectan menos y estamos más en relación con lo divino, hay un cambio en la relación con nuestro cuerpo, y se despierta la fé.

El reto está en ir arraigando todos los aspectos cada día mejor, buscando un arraigo integral, un arraigo de la vida cotidiana, un arraigo paulatino que favorezca día a día el autocuidado, aunado al arraigo la respiración juega un papel importante para la propia escucha.

El término respiración significa “volver al espíritu”, hay quienes hacen referencia a ella como “el soplo de vida”. Para Bailey (2006) es la pulsión básica de la vida, es la expansión-contracción básica del cuerpo, es la base de toda experiencia, de vivir, de sentir el placer, el dolor y toda la gama de emociones. Al ser una pulsación, el continuo dentro-fuera (inhalar y exhalar) determina el ritmo de la respiración, por lo tanto, el ritmo que llevamos en nuestra vida, marca una pauta importante en nuestra manera de respirar.

La respiración nos permite elevar nuestro nivel de conciencia, y con ello darnos cuenta de lo que sentimos y necesitamos, estar en contacto con el cuerpo-mente. Por ello, un cuerpo sano y vibrante respira con profundidad, da y recibe; sin embargo, un cuerpo enfermo (psicológica o físicamente), genera una respiración crónica pobre, causando tensión muscular crónica.

La respiración favorece el contacto con nuestra emociones y sentimientos presentes, nos permite sentir nuestro cuerpo y con ello aumentar nuestro autoconocimiento, por tanto, las limitantes en nuestra respiración o una respiración pobre, limitan el contacto con lo que sentimos, lo que puede generar síntomas como la depresión, irritabilidad, ansiedad, fobias, fatiga, falta de concentración, entre otros. Respirar es sentir, respirar carga nuestro organismo, lo actualiza, limpia y conecta, respirar profundo es estar vivo. (Bailey, 2006)

La respiración se regula por el sistema nervioso autónomo, tanto en los animales como en el humano, es una función inconsciente que las personas pueden mejorar voluntariamente por medio de ejercicios.

Cuando se logra una mejor respiración, a través de ejercicios adecuados, se mejoran las funciones fisiológicas como la digestión, circulación de la sangre y en general el tono del cuerpo; a nivel emocional y psicológico, la percepción se hace más amplia y precisa, el pensamiento se vuelve más claro.

En la psicoterapia humanista corporal, el trabajo con la respiración es primordial, ya que permite ampliar la consciencia, tener mayor claridad interna y más espacio interior para habitarse.

Diferentes escuelas han utilizado el conteo de la respiración para entrar en estados de calma y contacto interno profundo. De ahí, que la respiración es clave para generar recursos de autocuidado, pues al elevar el nivel de conciencia hay mayor contacto con lo que sentimos, con lo que necesitamos.

Desde la psicoterapia humanista corporal, se propone un trabajo integral entre la materia y la energía para ampliar la consciencia. Al trabajar con la respiración, el objetivo es tener más contacto con la vida, abrir los bloqueos corporales, reconocer e identificar los conflictos, las necesidades y con ello gestar recursos de autocuidado que permitan el bienestar.

La respiración es el puente que une al cuerpo físico con las emociones, sensaciones y con nuestra dimensión espiritual.

Queitsch (2015), menciona la manera en que Lowen encontró que la respiración junto con el arraigo, favorecían el desbloqueo de tensiones musculares crónicas, así como el acceso a emociones profundas, permitiendo su expresión y con ello establecer el equilibrio energético.

El autocuidado es algo que se aprende y debe aplicarse de forma deliberada y continua en el tiempo. Dicho de otra manera, implica la responsabilidad que tiene cada persona para el fomento, conservación y cuidado de su propia salud. Según Orem (en Oltra, 2013), el autocuidado se define como aquellas actividades que realizan los individuos, las familias o las comunidades, con el propósito de promover la salud, prevenir la enfermedad, limitarla cuando existe o restablecerla cuando es necesario. Por tanto, no es una actitud azarosa ni improvisada, sino una función reguladora que las personas desarrollan y ejecutan deliberadamente con el objeto de mantener su salud y bienestar, es por ello que todos aquellos comportamientos enfocados a la promoción, prevención y tratamiento de la propia salud física y mental, lo definen como autocuidado. Desde la psicoterapia humanista corporal el cuidado de nosotros mismos es un acto de vida que viene desde el cuerpo.

Para Fina Sanz (2016), aprender a cuidarse es el buen trato que la personas practican en su día a día, en su dimensión personal y relacional, implicando que la persona se reconozca a sí misma, aprenda a escucharse, escuchar su cuerpo, escuchar las sensaciones, las emociones, los pensamientos y con ello poder distinguir las sensaciones de bienestar y malestar, para hacer un compromiso personal con el bienestar y con la construcción de recursos de autocuidado que le permitan vivir plenamente.

Desde la psicoterapia humanista corporal, el arraigo es una práctica importante para fomentar el contacto con el propio cuerpo. Al sentir el peso del cuerpo sobre los pies, sentir el piso y a su vez la sensación de plantarse sobre la tierra, nuestro cuerpo se vuelve un puente de conexión que nos permite observar al cuerpo en su totalidad. La posibilidad de ampliar la consciencia durante esta práctica, está dada al incluir la respiración, para Bailey (2006), la respiración favorece el contacto con nuestra emociones y sentimientos presentes.

Con lo antes mencionado encuentro que el arraigo y la respiración no sólo son un puente que fomenta el autocuidado, sino también por sí mismos pueden ser experimentados como un recurso para cuidar de nosotros mismos/as, pues ambas practicas permiten el contacto con nuestro con cuerpo, con lo que sentimos y con ello nos da la posibilidad de identificar lo que necesitamos, para llevar a cabo conductas que nos permitan vivir en bienestar.

A través de estas líneas, pretendo invitar al lector a adentrarse a su propia observación y escucha, a su autoconocimiento, con la finalidad de hacer del autocuidado un hábito diario. Considero que el termino adecuado, es “cuidado de sí misma/o”, pues la diferencia en la escritura engloba en ella la relación con otros, con lo otro; teniendo una mirada cocreativa englobando el cuidado físico, personal, relacional y espiritual. A través de la psicoterapia corporal humanista, podemos encontrar el camino a una vida más consciente, siendo el arraigo y respiración puentes importantes para el contacto profundo con nosotros/as mismas. En mi proceso personal, ambas practicas me han permitido habitar mi cuerpo amorosamente y con ello cuidarme.

 

Mtra. Izya del Carmen Reyes Hernández.

Licenciada en psicología clínica por la Universidad Autónoma de México, con maestría en psicoterapia corporal humanista, por el Instituto INTEGRA;  especialista en terapia de reencuentro, por el Instituto Terapia de Reencuentro en Valencia España, y terapeuta de estimulación temprana por el Colegio Mexicano de Estimulación Temprana, A.C.

 

Referencias:

  • Bailey Jáuregui Marilenca. El Arraigo en la Psicoterapia Humanista Corporal. Compilación Artículos Vol. 1, págs. 183-208. Cd. De México: IHPG.
  • Bailey Jáuregui Marilenca (2006): La respiración y la consciencia. En: http://www.instituto-intergra.com/artículos/la-respiracion-y-la-consciencia
  • Guerra, C.; Rodríguez, K.; Morales, G.; Betta, R. (2008). Validación preliminar de la escala de conductas de autocuidado para psicólogos clínicos. Psykhe, 17 (2), 67-78.
  • Jürgen, K. (2001). Corrientes fundamentales en psicoterapia. Cap. 5 y 6.
  • Keleman, S (1997). La experiencia Somática. Desclee de Brouwer, España.
  • Lowen, A. (1977). Ejercicios de Bioenergética. España.
  • Lowen, A. (1985). El Lenguaje del Cuerpo. pp 203- 246 Barcelona: Herder
  • Morales, M.N.G. (2018). Herramientas y estrategias utilizadas para el autocuidado por los psicólogos clínicos guatemaltecos que trabajan como psicoterapeutas. Tesis de licenciatura. Facultad de Humanidades. Universidad Rafael Landívar Guatemala.
  • Oltra, S. El autocuidado, una responsabilidad ética. Rev. GPU 2013; 9(1), 85-90.
  • Sanz, R.F. (2016). El buentrato como proyecto de vida. Kairos: Barcelona, España.
  • Totton, N. (2003). Body Psychotherapy: An Introduction. Open University Press. EUA. Traducción Deborah Meza. Cap. 2
  • Valdés, G.K.P; Gónzalez-Tovar, J.; Hernández, M.A.; Sánchez, L.L.M.(2020). Regulación emocional, autocuidado y burnout en psicólogos clínicos ante el trabajo en casa por confinamiento debido al COVID-19. Revista Colombiana de Salud Ocupaciona, 10 (1), e-6430.
  • P. La respiración en la Psicoterapia Humanista Corporal. En: Newsletter Integra, diciembre 2015, http.//www.instituto-integra.com/ la respiración en la psicoterapia humanista corporal.

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